lunes, 27 de julio de 2009

Fuji-chan ni nobotta

Es necesario un pequeño inciso en esta serie de posts sobre el Japón cotidiano para hablar del monte Fuji, la montaña más alta de Japón, un volcán apagado de algo más de 3700m, y el último destino de mis viajes por este país. Sí, me he llegado a la cima de un volcán. Sí, estoy como un cencerro. Como si no lo supierais ya.

El sábado por la mañana, en la estación de Shinjuku de Tokyo, nos reunimos un grupo de Vulcanus listos para subir la montañita en cuestión. El plan era llegarnos en bus hasta la 5ª estación (a unos 2000m de altura), comer y habituarnos a la altura durante un par de horas, y luego echar a andar por el más corto de los 4 caminos que llevan a la cima, despacio y sin prisas, durante toda la tarde y parte de la noche, descansando en alguno de los refugios de la montaña, a fin de poder ver amanecer desde lo alto del Fuji. Después bajaríamos por otro camino diferente, para ver paisajes nuevos, hasta la misma altura a la que empezamos, cogeríamos un bus de vuelta y a dormir durante una semana.





Los planes nunca salen bien, a pesar de lo que dice Anibal en "El Equipo A": tras hacerse de noche, y justo mientras estábamos haciendo el segmento más largo entre estaciones (el trayecto entre la 6ª y la 7ª, de una hora de duración con buen tiempo) se nos puso a llover. No era una lluvia fuerte, sino más bien un calabobos, pero fastidiaba, y mucho, tanto por el frío como por la ropa mojada (sí, llevábamos chubasqueros, pero lo mismo daba). A mí, en particular, me fastidió más de la cuenta porque la lluvia me mojaba las gafas, y los que me conozcáis sabréis que yo sin gafas veo menos que Paco Leches. Total, que hartos de lluvia y con bastante frío llegamos a la 7ª estación, y cuando pedimos refugio nos dicen que está lleno y que no podemos pasar. Aquí podría ponerme a hablar del racismo en Japón, de la falta de hospitalidad, ponerlos de vuelta y media... pero no lo haré, porque creo que si a un español al cargo de un refugio a medio camino de subir el Teide se le presenta a las 9 de la noche un grupo de 13 marroquíes pidiendo refugio hablando un español macarrónico, también los mandaría a paseo, llueva, truene o avalanchée.

Total, que al cabo de una hora (igual dos, no llevaba muy bien el tiempo en ese momento) por fin nos dejan pasar, nos cobran 6000 yenes y nos dan un saco de dormir y ropa seca para pasar la noche. Muchos no pegamos ojo, claro, pero al menos estábamos a resguardo de la lluvia. A las 4:30 amanece, y nos echan del refugio, junto a todos los demás que había allí durmiendo. Cabreos varios entre el personal porque no sabemos dónde diantres han dejado nuestras cosas (mochilas, zapatos, todo cambiado de sitio) y además han metido toda nuestra ropa mojada en bolsas de plástico. En fin, salimos con muy mala uva del refugio y nos relajamos viendo el amanecer. No es el que queríamos ver, pero se acepta.




Cuando empieza a calentar un poco más comenzamos a subir. Sí, aún nos quedaban ganas de llegar arriba, y el hecho de que no hubiera visos de lluvia animaba a hacerlo. Por suerte, el amigo Fuji ya había terminado de soltarlo todo, y llegamos sin mayor novedad a la cima. Hora de desayunar: ramen caliente, zumo de naranja, y p'alante.








A partir de aquí, no queda mucho que decir. Bordeamos el cráter ligeramente para llegar al camino que usaríamos para bajar, descansamos un buen rato, y nos encaminamos hacia abajo, con el monte Fuji conquistado. Eso sí, la bajada fue infinitamente más fácil que la subida: nos pasamos el rato hablando, riendo y cantando... bueno, lo de cantar sólo lo hacía yo, pero me da igual, también cuenta.






Humor: asombrado, casi no tengo agujetas. La dieta del azúcar es lo que tiene. Una canción: "Cántame", de María del Monte. En lo alto de la montaña se hacía necesario algo español.

1 comentario:

Esteban dijo...

¡Espectacular!